jueves, 5 de abril de 2012

Volver a Nacer (Relato)

El camión se sacudía suavemente, avanzando despacio a causa del tráfico. El ruido de los autos se mezclaba con las voces de los pasajeros, transformándose en una indescifrable maraña de palabras que armonizaban de forma extraña el momento. No obstante yo trataba de despejar mi mente, observando los edificios, los arboles, a la gente que hablaba sola dentro de sus autos y a algunos cuantos que, confiados por los vidrios polarizados, se hurgaban la nariz sin recato.

Estaba nervioso. De cierta forma todo ese tráfico era conveniente, porque no quería llegar al lugar acordado. Quería que el reloj acelerase su marcha y así poder dejar todo en un viejo baúl que el polvo sellaría por el resto de la eternidad.

El chofer maldecía mientras yo me acurrucaba en mi asiento, mirando el cielo nublado que amenazaba con dejar caer una tormenta sobre nosotros.

Tenía miedo.

Ya había hecho esto antes, pero todo fue antes de sentirme de esa forma, antes de querer arrancarme el corazón del pecho para que al fin dejase de doler; todo había sido antes de toparme con él y sentir que no existía nada por que seguir. No importaba, la hora acordada era dentro de diez minutos y difícilmente llegaría. Subí el volumen de la música y miré por la ventana el resto del camino. Si quería seguir adelante tenía que ver el lado bueno de todo esto… o por lo menos buscarlo.

Veinte minutos más tarde baje del camión y me senté en la banca de la parada de autobús. Había llegado 10 minutos tarde y me sentía bien por ello.

Hacía frío. Me cerré la chamarra y encendí un cigarrillo. Con algo de suerte, la persona con la que me había quedado de ver estaría caminando de vuelta por donde vino. Me pregunté por qué yo no hacia lo mismo si no quería estar ahí; así que mientras meditaba sobre eso, observaba a la gente, deseando no cruzar la mirada con alguien que estuviera buscando lo que no conocía.

Mi teléfono sonó y contesté.

-Hola –se escuchó del otro lado de la línea-, oye, disculpa, se me hizo un poco tarde, pero ya voy para allá ¿Sigues ahí?

-Sí, aquí te espero.

-Ok, no tardo.

Colgó. Acababa de recordar porque me había animado a venir: me encantaba su voz. Con la ayuda de dos cigarros más y un poco de música deje que el tiempo pasara.

Nunca nos habíamos visto, pero seré sincero, en cuanto lo vi supe que era él: tenía esa mirada gacha y asustada y miraba de un lado a otro con rapidez sin saber con qué se encontraría. Me recordaba a mí, como aquella primera vez. Me acerqué, haciendo gala de una seguridad que no sabía de dónde había sacado y le tendí la mano.

-Hola –musito.

-Hola –respondí de igual forma.

El chico temblaba discretamente y forzaba los labios para mostrar una sonrisa. La primera conversación había sido por internet: unas cuantas palabras, unas cuantas fotos y quedamos para tener sexo. Como ya había mencionado, no era la primera vez que me citaba con alguien para algo así y tal vez por eso entendí que las cosas no eran como siempre. Él era más lindo en persona y no sólo eso, también se veía más pequeño de lo que aparentaban las fotografías.

-Tranquilo –le dije-, no pasa nada, mi nombre es Pablo.

-Yo soy Edgar, pero puedes llamarme Eddie.

No sabría explicarlo, pero había algo mágico en todo esto; algo que me ponía nostálgico y que me hacía sonreír al mismo tiempo. Entendí que el plan inicial del sexo estaba quedaba descartado, pero no me molestaba, de hecho podría decir que incluso estaba emocionado.

-Mucho gusto, Eddie ¿Te parece si te invito un café? –le pregunté-, pero no conozco por aquí, así que tendrás que guiar tú.

Eddie asintió y comenzamos a caminar.

Le hable de mí, de la música que me gustaba, de donde vivía, de mis estudios y de mis planes de vida. Intentaba que se sintiera un poco más a gusto y que se diera cuenta de que no planeaba tratarlo como un objeto. Minutos después llegamos a la cafetería, con algunas mesitas de madera y una pequeña barra, donde una mujer, con un delantal de color carmín, tarareaba suavemente un viejo bolero.

Ocupamos un lugar apartado de las otras mesas, y después de pedir nuestras bebidas, reanudamos la conversación.

Eddie me contó que era dos años menor que yo y que estudiaba en una preparatoria cerca de ahí. Le gustaba la música de hoy y quería ser médico, aunque aun no supiera en que debía especializarse.

Salimos de ahí más relajados y caminando un poco más cerca el uno del otro.

Anduvimos por calles que se vaciaban rápidamente por motivo de las primeras gotas de lluvia. Avanzábamos despacio, como esperando a que todo se fueran, como esperando que el mundo fuera solo para nosotros. Fue entonces cuando lo vi sonreír de verdad por primera vez. La primera de muchas.

-¿Te gusta mojarte cuando llueve? –le pregunté.

-Mucho.

-Entonces vayamos despacio. Quiero intentar algo.

Conversamos como si nos conociéramos desde años atrás; reímos de anécdotas y bromas que parecían tan nuestras, que olvidábamos que apenas habían entrado a nuestras vidas; y sentíamos esa felicidad desbordante al estar el uno junto al otro, como si nada pasara, como si nada existiera. Entonces entendí que no todo era tan malo. Ahora sonreía, sabiendo que siempre hay motivos para confiar y seguir adelante; porque sentía que tenía otra oportunidad para enamorarme y lanzarme al vacío con una sonrisa al viento.

Nuestros pies nos llevaron hasta un parque con algunos juegos. Rete a Eddie a una carrera hasta los columpios, con la lluvia dejándose caer sin contemplaciones. Todo se empapaba incluso nosotros, que nos mecíamos entre risas que decoraban el dulce sonido del agua.

Esperar había valido la pena.

Nos besamos entre agua y relámpagos, protegidos en el anonimato de un parque sin almas. Sus labios se estremecieron con el choque de temperaturas y lo único que pudimos hacer fue continuar. Entonces me sentí radiante, como hacía mucho no me sentía. Era tiempo de cambios, tiempo de volver a empezar. En ese momento me pregunté si es que podía querer a alguien a quien acababa de conocer. Dudé, sintiéndome estúpido e infantil al creer que era posible. Entonces Eddie, juntando su tembloroso y húmedo cuerpo al mío, me susurró “te quiero” junto al oído. Entendí que hay brechas abismales entre querer, enamorarse y amar, y que lo que yo sentía estaba bien. Así que lo besé tiernamente antes de contestarle que también lo quería.

Por mi parte el mundo podía hacer lo que le viniera en gana; yo era feliz y tenía otra oportunidad, y mientras todo siguiera de esa forma no existía nada de qué preocuparse.

domingo, 26 de febrero de 2012

Rituales

No sé, hace mucho que no escribo de ti. Parece un viejo ritual que había dejado abandonado; uno que retomo de vez en cuando, cada vez que siento que trastabillo a lo largo de la vida.
A veces me pregunto, ¿Por qué te recuerdo? ¿Por qué me aferro a recordarte como si fueras algo realmente bueno? Lo pienso por algunos instantes, sonrío y me decepciono, porque sé que tú ya me olvidaste, porque sé que yo nunca fui una parte importante de tu vida como tú lo fuiste de la mía. Me acuerdo de todo como si tratase de encontrar el error que debo corregir. La cague cientos de veces y tú otros cientos de veces más. Las relaciones no acaban solo de un lado, cuando hay problemas uno debe aceptar que ambos cometieron errores. Sin embargo me doy cuenta de que no se trató de errores, no se trató de cagarla mil una veces; se trataba de que por más que yo lo intentara, jamás lograría estar dentro de ti, dentro de tu corazón. No te juzgo porque no me concierne. Tampoco te lo puedo recriminar, porque yo sé que no estabas obligado a quererme, pero es raro. Uno se esfuerza, porque quiere hacerlo, porque cree que vale la pena. Uno sigue intentado, porque espera que tarde o temprano su esfuerzo se vea recompensado y me siento estúpido porque siempre menciono esta parte, pero no puedo olvidarla, es el punto cumbre del porqué seguí a tu lado. Es la razón por la cual no quise irme a pesar de que tú ya no me querías a tu lado.
No sé, uno trata de explicar lo que no se puede explicar. Uno trata de revivir lo que nunca estuvo vivo. Te extraño porque eres al único que aprendí a amar, te aprendí a amar a ti entre promesas que me deformaron la moral para siempre. Entonces, ¿qué hago? No eres el único de mi vida, es imposible que lo seas, pero es difícil cambiar los patrones, es difícil volver a darlo “todo” sabiendo que las personas tarde o temprano se van. Es difícil volver a tener esperanza cuando lo que aprendiste es a no tenerla o por lo menos a no mostrarla.
A veces quisiera soñar contigo, por lo menos para verte; y si lo hago, tan siquiera saludarte, tan siquiera charlar unos momentos y saber que por lo menos hay un lugar donde todo salió bien, que si tal vez no estamos juntos como yo siempre quise, por lo menos logramos solucionar aquel problema que nunca existió.
Te extraño porque quiero extrañarte. Te quiero porque eras mi único amigo y hasta ahora no he podido encontrar alguien que juegue ese papel como tu; y te amo porque sin querer fuiste el primero, te amo porque contigo aprendí a cómo hacerlo y aunque terminase destrozado, me alegro de que por lo menos tengo el lujo de decir que era amor, que lo que yo sentí y viví era real.
Gracias a ti conocí cual era mi alcance y mi potencial, y aunque a veces te extrañe sé que estoy mejor sin ti. La vida aguarda, me queda mucho por hacer y atarme a tu recuerdo solo me retrasaría. Por eso he de seguir, he de conquistar al mundo con mis letras y sonreír, porque esta vez no va por ti, va por mí; por mí y por todos aquellos que se quedaron a mi lado cuando más los necesité. Porque eso hacen los amigos, no importa que todo se derrumbe, no importa que las palabras corten la piel del otro, al final todo se trata de escuchar, de perdonar y de continuar los unos junto a los otros.
Te deseo suerte y no te preocupes por mí, aunque sé que no lo harás, yo ya tengo todo lo que puedo pedir, y si necesitase más, ya tengo un “espíritu libre” y un vampiro que cuidaran de mí sin importar lo que pase.

lunes, 13 de febrero de 2012

Los sueños de invierno

Lo que comenzó como una tarea, terminó como un proyecto.

Hope you like it.

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Me casé con Adriana junto al inicio del siglo. Tuvimos una boda discreta en la parroquia de Saint Jarcin, a orillas de Khur, un pueblo donde, según los rumores, los sueños se hacen realidad con la llegada del invierno. Su mejor amiga nos entregó sonriente las argollas, mientras que detrás de mí podía adivinar la mirada risueña de Carmen, la madre de Adriana, deseándonos lo mejor para los años venideros.

Compramos una casa de dos pisos en marzo; así que con un buen empleo, una buena casa y una bella esposa, no creía que mi vida pudiese ser mejor. Mi opinión cambió cuando llego diciembre, donde entre gritos y llanto, recibí del vientre de su madre a Johan, mi hijo.

Todo es más rápido cuando uno recuerda: Cuando Johan cumplió 4 años, Carmen tuvo un infarto en la soledad de su casa; afortunadamente se recuperó y después de insistirle un tiempo, la convencimos de que viniera a vivir con nosotros. Adriana y yo plantamos algunas flores y arbustos en el jardín para adornarlo; y para cuando Johan cumplió 9 años, adoptamos a Haku y a Mary, un par de perros de cobrador que Johan quería como si fueran sus hermanos.

Lo admitiré, fue una sorpresa cuando Johan nos dijo que era homosexual. De momento no supe que decir, la noticia me había tomado desprevenido y las palabras, atoradas en mi garganta, me habían dejado paralizado. Fue cuando Adriana se levanto de su lugar y tomándolo suavemente del rostro, lo beso en la frente. Sonreí y siguiendo a mi esposa me senté junto él, lo rodee con mis brazos y le recordé que nada cambiaba, él no había dejado de ser mi hijo.

El infarto que una vez intentó llevarse a Carmen regresaría, esta vez cumpliendo esa promesa de muerte que le había hecho años atrás. Johan dice que probablemente la muerte de su abuela fue un anuncio de lo que vendría después. Era el final de toda una época.

El asesinato de un líder religioso dio inicio a lo que los libros de historia llamarían “La guerra de las cruces”; una desvergonzada lucha entre un grupo religioso que se autodenominaba “los iluminados”, contra todos los demás que no seguíamos sus ideales de cambio político y religioso.

La guerra se desato en el centro del país, consiguiendo adeptos conforme el tiempo pasaba, y arrasando con todo lo que encontraba a su paso. En Khur la gente comenzaba a mostrar sus tintes ideológicos; la idea de una revolución religiosa hacía vibrar a la gente.

Nosotros nos mantuvimos neutrales lo más que pudimos; Adriana y yo caminábamos por las calles, y saludando a la gente del rededor, notábamos como poco a poco el pueblo se iba llenando de pancartas que apoyaban al movimiento de las cruces.

Las noticias eran cada vez más atemorizantes y la idea de salir a las calles se había esfumado con el final del verano.

Todo permaneció igual hasta que una noche, temblando de miedo, Johan entró corriendo a casa. Lo venían siguiendo un grupo de “Iluminados” después de verlo con Michael, su novio. En ese momento, un puñado de piedras volaron dentro de la casa, rompiendo ventanas y muebles. Las risas y los gritos de odio destrozaban el silencio de la noche. Entonces supimos que nada sería igual. En ese momento entendimos que los días tranquilos en Khur habían quedado atrás y que los rumores de los sueños que se cumplían en invierno habían quedado en el recuerdo.