Habían pasado quince años desde la última vez
que nos vimos. Quince años deseando que nuestros ojos se encontraran como antes
lo hacían sólo para recordar tantas viejas memorias. Es increíble pensar que
antes era algo tan común y como de un momento a otro dejo de serlo. Por eso me
decidí a llamarte; tenía ganas de verte y de sonreír como alguna vez lo hice a
tu lado. No estaba seguro de como lo tomarías o si aceptarías, pero desde que
me escuchaste supiste quien era y sólo nos tomo unos minutos decidir en donde
nos veríamos al día siguiente. “En el lugar de siempre” te dije, tratando de
que la emoción no se me notara demasiado en la voz.
Quería preguntarte tantas cosas… Quería saber que
tanto había cambiado desde la última vez que nos vimos y, a decir verdad, no
tenía ni idea por dónde empezar “¿Qué tal la escuela?, ¿el trabajo?, ¿sigues
viviendo en la misma casa o te cambiaste?, ¿estás comprometido?, ¿casado, tal
vez?, ¿tienes hijos?, ¿por fin te compraste el perro que tanto querías?”. Todo
eso y más quise preguntarte en cuanto te vi, pero simplemente no pude. Me
miraste y sonreíste con ligereza, como si te hubieras dado cuenta que ese
momento parecía sacado de alguna película barata. Te sonreí de vuelta
entendiendo el pensamiento y porque era lo único que mi cuerpo me permitió
hacer.
Sé que había pasado muchísimo tiempo, pero
estoy seguro que, al igual que yo, quisiste abrazarme para compensar todo el
tiempo perdido. Ambos lo deseábamos y se notaba en nuestros rostros, pero también
éramos conscientes de que lo más sano era no hacerlo. Así que sólo nos miramos
con las sonrisas rotas, expresando la alegría y el dolor que nos embargaba al
mismo tiempo y de diferentes formas. Intentaste murmurar algo, pero te detuve. “No
hay nada que decir” te dije. No obstante, pusiste tu mano sobre mi mejilla y
continuaste. “Me da mucho gusto verte. Te extrañé”. Sostuve tu mano contra mi
rostro, mientras mis lágrimas resbalaban por ella. “Perdóname” susurraste con
la voz quebrada. “No hay nada que perdonar. Ya tendremos tiempo para hablar, no
te preocupes”. En ese momento sonreíste sabiendo que lo que decía era mentira.
Tú sabías la verdad y yo simplemente no quería verla.
Nos quedamos en silencio. Cada vez te costaba
más respirar. Yo besaba tus dedos ensangrentados. La gente alrededor mirando.
El carro que te lanzó por los aires ya se había ido. “No es tu culpa” susurraste,
sabiendo lo que pensaba. Había sido yo el que te pidió vernos en ese lugar; yo
debí haber cruzado la calle y no tú. Las sirenas se escuchaban a lo lejos. Había
esperado tantos años para verte y no podía creer lo que estaba pasando.
“Te amo”.
Para cuando llegaron las ambulancias yo
sostenía tu cuerpo. Lo abrazaba como jamás me atreví a hacerlo y besaba tu
cabello, sintiendo tu cuerpo cada vez más frio. Mi ropa manchada con sangre
contaba la historia. Mis brazos sostenían tu recuerdo, que a cada minuto me
parecía más lejano. Y mis besos… mis besos se despedían de ti, prometiendo que
tarde o temprano nos volveríamos a ver, aunque tuviera que esperar quince años
más.