domingo, 26 de febrero de 2012
Rituales
lunes, 13 de febrero de 2012
Los sueños de invierno
Lo que comenzó como una tarea, terminó como un proyecto.
Hope you like it.
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Me casé con Adriana junto al inicio del siglo. Tuvimos una boda discreta en la parroquia de Saint Jarcin, a orillas de Khur, un pueblo donde, según los rumores, los sueños se hacen realidad con la llegada del invierno. Su mejor amiga nos entregó sonriente las argollas, mientras que detrás de mí podía adivinar la mirada risueña de Carmen, la madre de Adriana, deseándonos lo mejor para los años venideros.
Compramos una casa de dos pisos en marzo; así que con un buen empleo, una buena casa y una bella esposa, no creía que mi vida pudiese ser mejor. Mi opinión cambió cuando llego diciembre, donde entre gritos y llanto, recibí del vientre de su madre a Johan, mi hijo.
Todo es más rápido cuando uno recuerda: Cuando Johan cumplió 4 años, Carmen tuvo un infarto en la soledad de su casa; afortunadamente se recuperó y después de insistirle un tiempo, la convencimos de que viniera a vivir con nosotros. Adriana y yo plantamos algunas flores y arbustos en el jardín para adornarlo; y para cuando Johan cumplió 9 años, adoptamos a Haku y a Mary, un par de perros de cobrador que Johan quería como si fueran sus hermanos.
Lo admitiré, fue una sorpresa cuando Johan nos dijo que era homosexual. De momento no supe que decir, la noticia me había tomado desprevenido y las palabras, atoradas en mi garganta, me habían dejado paralizado. Fue cuando Adriana se levanto de su lugar y tomándolo suavemente del rostro, lo beso en la frente. Sonreí y siguiendo a mi esposa me senté junto él, lo rodee con mis brazos y le recordé que nada cambiaba, él no había dejado de ser mi hijo.
El infarto que una vez intentó llevarse a Carmen regresaría, esta vez cumpliendo esa promesa de muerte que le había hecho años atrás. Johan dice que probablemente la muerte de su abuela fue un anuncio de lo que vendría después. Era el final de toda una época.
El asesinato de un líder religioso dio inicio a lo que los libros de historia llamarían “La guerra de las cruces”; una desvergonzada lucha entre un grupo religioso que se autodenominaba “los iluminados”, contra todos los demás que no seguíamos sus ideales de cambio político y religioso.
La guerra se desato en el centro del país, consiguiendo adeptos conforme el tiempo pasaba, y arrasando con todo lo que encontraba a su paso. En Khur la gente comenzaba a mostrar sus tintes ideológicos; la idea de una revolución religiosa hacía vibrar a la gente.
Nosotros nos mantuvimos neutrales lo más que pudimos; Adriana y yo caminábamos por las calles, y saludando a la gente del rededor, notábamos como poco a poco el pueblo se iba llenando de pancartas que apoyaban al movimiento de las cruces.
Las noticias eran cada vez más atemorizantes y la idea de salir a las calles se había esfumado con el final del verano.
Todo permaneció igual hasta que una noche, temblando de miedo, Johan entró corriendo a casa. Lo venían siguiendo un grupo de “Iluminados” después de verlo con Michael, su novio. En ese momento, un puñado de piedras volaron dentro de la casa, rompiendo ventanas y muebles. Las risas y los gritos de odio destrozaban el silencio de la noche. Entonces supimos que nada sería igual. En ese momento entendimos que los días tranquilos en Khur habían quedado atrás y que los rumores de los sueños que se cumplían en invierno habían quedado en el recuerdo.
miércoles, 29 de junio de 2011
El Último Escrito
“The past is a foreign country: they do things differently there” – L. P. Hartley
–¿Por qué tiemblas?
–Tengo frío.
–Ven, tapate.
Mentí. La verdad es que no tenía frio, pero ¿qué debía decirte? ¿“Estoy temblando porque estoy a tu lado”? No iba a admitirlo, aunque probablemente era obvio; pero mientras tú me dejaras seguir adelante, yo no tenía ninguna razón para detenerme.
Te recuerdo con esa sudadera amarilla y cubierto hasta la cintura por una cobija multicolor. Te recuerdo haciéndote a un lado y levantando la cobija para que yo me pudiera acostar junto a ti, antes de arroparnos hasta el pecho y que, con cruel inocencia, te abrazara bajo el amparo de la obscuridad.
Un año atrás, te besé. Sí, descaradamente te robe un mísero beso, recuperando lo que era mío y despidiéndome de ti para siempre.; tal y como lo dije en “Noches de Carretera”, un viejo post que me gusta leer en arranques de melancolía. Sin embargo no te fuiste, no del todo. Por un momento estuve convencido de que le había ganado al mismísimo destino, pero el tiempo termino por enseñarme que nadie esta exento de su divino juicio.
–No te vayas. No te vuelvas a ir.
–Jamás –me dices, abrazándome con suavidad y respirando sobre mi cabello.
Tal vez fue en ese momento cuando lo descubrí… Sí, seguramente fue ahí, porque te sujeté con fuerza y te repetí que no te fueras. En ese momento entendí que mi petición era vana y que por más promesas que hiciéramos, esa sería la ultima noche que te vería. La primera y última noche que pasaría contigo.
–Pregúntame lo que quieras.
–¿Cómo que?
–Lo que sea, cualquier cosa. Hoy quiero despejar cualquier duda que tengas.
Si iba a ser la última reunión no quería que quedasen secretos.
No preguntaste nada, pero, al parecer, mi torpe intento por romper el hielo funcionó mejor de lo esperado.
-Seis años de conocernos…
-Y los que faltan.
Te sonrío, y acercándome lo más posible te abrazo, sumergiendo mi rostro en tu sudadera.
Hablamos de ti y de mí, haciendo un muy pequeño resumen de lo que habíamos vivido como amigos en todos estos años. Anécdotas, muchas de ellas; tantas como estrellas en el cielo. Increíble lo que uno logra en seis años.
-¿Te acuerdas de…? Y cuando… ¡Hahaha! ¡Sí! y luego dijo…
Sonrío y asiento y, con el rostro junto a tu hombro, juego con el lóbulo de tu oreja izquierda.
Yo digo, que yo era un “loco sensato de amor”. Te amaba enfermizamente, pero siempre supe cual era el límite. Lo que no estaba permitido. Nunca hice nada para lastimarte, y si alguna vez lo hice, podría jurar que nunca fue con esa intención.
Después me hablas de ella, de la mujer que consume tu tiempo y tus ideas; de aquella que tanto te ha lastimado y que al parecer merece aún más tu cariño que yo.
Lo comprendo –me digo-. Supongo que era parte del trato que le firme al Destino. Hablaríamos de todo, sin importar lo que fuera.
Tengo miedo… no importa, me acerco un poco más a ti y respiro el aroma virginal de tu cuello, tan delicioso y prohibido. Parece que a ti tampoco te importa, trazo tus labios con mis dedos, y el tenerme tan cerca no te molesta, no mientras pienses en ella.
Te beso la mejilla.
No lo notas, o simplemente no lo entiendes.
Te beso de nuevo; esta vez tomo mi tiempo. Procuro que entiendas el mensaje.
“!Basta! Hoy estas conmigo ¿Qué no entiendes que me lastimas cada vez que hablas de ella?”
Pero en ese momento, comprendí que no eras tú el que debía entender, sino yo. Recordé que tú y yo únicamente éramos amigos. Sonrío con tristeza. Tengo que escucharte, no importa cuanto duela.
-Le hice un oral. Parece que después de todo salí hábil con la lengua.
¿Qué intentas? ¿Qué me muera de rabia al saber que nunca lo comprobaré?
Ahora el tema era el sexo, la pornografía y un montón de pajas adolescentes.
Lo hago o no lo hago –pienso, apretando mi puño sobre tu sudadera. Y mientras me cuentas como se estremecía ella al sentir tu traviesa lengua dentro de su ser, yo deslizo mi mano debajo de tus prendas, alcanzando tu cálido vientre. Un vello. Dos. Había memorizado tu cuerpo de pura ignorancia y, para tus 18 años, sabía que eso no llevaba ahí mucho tiempo.
-No sé si es normal, pero me prendo muy rápido. Hay veces que solo con besos se me para.
-A mí también me ha pasado, seguro que es normal.
Tan normal como la erección que tenia en ese momento al recorrer tu vientre y deshacerme en deseo, al delinear con mis dedos el contorno de tu siempre gracioso ombligo.
Trato de llevar mi mano a tu pecho, pero me detienes ¿Qué se supone debo hacer ahora? Esto solo es el intermedio entre las caricias y que tu termines sin playera. Sin embargo, soy yo el que no entiende que este punto transitorio es lo más lejos que llegaré. Siempre me volvió loco tu abdomen y ahora, que por fin lo tenia para mí, no podía hacer nada. Te beso la mejilla y continúo recorriéndolo sin saber que hacer con él.
Esa noche, sin preguntar, me enteré de un par de cosas que seguro no hubiéramos comentado en otra ocasión… o por lo menos no de esa forma.
-La tengo grande.
En mi intento de confirmarlo, levanto mi mano y pronuncio un “a ver”, dejando caer mi mano sobre tu entrepierna. Pero me detienes a medio camino con un “No” entre divertido y un poco incomodo. Lo sabía, pero si esperas que me controle no deberías darme ese tipo de información.
Me voy quedando dormido con la cabeza sobre tu pecho. Si en cualquier momento mis padres salieran de su cuarto, no tendría una forma de explicar el porqué estaba contigo a altas horas de la noche.
Miro el reloj. Son las cuatro de la mañana. Me despedido y te repito, por enésima vez, que te quiero.
En toda la noche no hubo un momento en el que te soltara del todo. Supongo que por miedo a perderte. Por miedo a que esa entidad divina al a que llamo Destino te llevara en cualquier instante. Probablemente eso explica porqué a lo largo de estos años, los abrazos que te di se me hacían tan cortos. Pero este me hizo sentir satisfecho por primera vez. Era digno de un final.
Me fui a mi cama reflexionando sobre el amor y el tiempo; y la velocidad con la que ambos morían.
No quería atreverme a llamarlo así, pero yo lo sabía, en el fondo sabía que esa noche te había hecho el amor; con caricias, con besos, con palabras y recuerdos. Esa noche te había demostrado (y a mí también) que uno puede atarse de manos y corazón y aún así amar sin control.
A la mañana siguiente te fuiste, prometiendo que te vería pronto…
Esa fue la última vez que te vi. Esa noche fue la última que pase contigo. La noche que te hice el amor sobre una cama hecha de promesas rotas.